jueves, 7 de septiembre de 2017

Un tipo con suerte

                                  Al reloj de la buena fortuna había que darle cuerda, así que traspasó el umbral del portón adelantando primero el pie derecho. El funcionario cerró tras él, sin despedirse. Después de casi siete años, al pisar por primera vez la calle, el talgo cruzaba la mañana por el otro lado de la carretera, veloz como un caballo desbocado, dejando escapar un sonoro bocinazo. Lo esencial ahora era disponer de algún dinero. Buscó un teléfono, y marcó un número local. No tardó en oir la voz de la vieja en el otro extremo de la línea. Mintió a la mujer al dar su nombre y al decirle que se hacia eco del anuncio en "El País" porque, como a ella, siguió mintiendo, recientemente la vida le había dejado sin cónyuge, y se sentía muy solo, y no tenía hijos, y contaba con una pensión holgada, y deseaba iniciar nuevas relaciones. La vieja se tragó el cuento, y se confesó turbada por buscar amistades de esa forma tan poco natural, pero es que vivía tan sola, tan olvidada... El prosiguió diciendo que llamaba desde Murcia, que deseaba enviarle su foto y unas letras de amistad y cariño cuanto antes. La mujer, entre agradecida y emocionada, dijo sin titubeos que vivía en la única mano, del tercer piso, del número cuarenta y dos de la calle Garibay.
                            Treinta minutos más tarde pulsaba el timbre de la vivienda. Cuando la vieja, desde el otro lado de la puerta, preguntó quién era, él respondió que le enviaba la compañía de gas a comprobar una fuga. Confiada, la mujer abrió. No tuvo tiempo ni para saber que se moría, porque él la cogió por el cuello con las dos manos y la estranguló como a un gorrión. Ocultó el cadáver bajo la cama de uno de los dormitorios, y registró la casa. Al rato, con quince mil pesetas en metálico que halló en el fondo del cesto de la ropa sucia, abandonó el lugar pensando que las cosas marchaban bien, nadie se había percatado de su presencia. 

                           Dirigió sus pasos hacia la Parte Vieja, era la hora de comer. En un bar del puerto liquidó tres raciones de sardinas, una botella de vino, y encendió el montecristo más gordo que tenían. Por preguntas que hizo al camarero supo donde hallar compañía femenina buena, bonita y barata, y hacia allí se fue haciendo la digestión. En el camino ayudó a un ciego a cruzar un semáforo en el puente del Kursaal y dejó caer un verde en la lata de un guitarrista callejero que cantaba a Pablo Milanés, su preferido.  

                            La fulana hizo un buen trabajo; por eso cuando terminaron, él tuvo un momento de flaqueza y pensó en pagar y marcharse sin más. Lo hubiera hecho agradecido y gustoso pero el dinero que le quedaba lo necesitaba, y sin duda aquella mujer no aceptaría de buen grado el trabajar gratis. Tomó una de las medias de la prostituta y cuando ésta se peinaba la melena morena en el baño, la atacó. El forcejeo fue breve, apenas un minuto. Muriéndose, la fulana pudo ver reflejado en el espejo su propio rostro enrojecido, boqueando por los últimos restos de aire. Se vistió lentamente. Hizo un registro concienzudo pero no encontró dinero por ningún rincón. No obstante, pensó, seguía teniendo la buena fortuna de cara porque no se cruzó con ningún vecino al salir, y en las cercanías del portal pasó como uno más. Sin embargo, se dijo, que ya era hora de podarse la poblada barba para cambiar de aspecto, y de poner tierra de por medio.

                            Una trucha es un pez osteictio clupeiforme de la familia de los salmónidos. Tiene la carne blanca o encarnada. Puede ser de varias subespecies : marisca, lacustre, fario, alpina, arco iris, fontana... Se pesca en las modalidades de lombriz o tradicional, cola de rata o mosca seca, de boya o flotador, y de cucharilla o hélice. El Pedroso, en su tramo de Burgos, es uno de los ríos más trucheros de la península. Hasta allí solía trasladarse a pescar los fines de semana el peluquero charlatán que le atendió. Inmóvil en la silla de barbero, adormecido por la penumbra del pequeño local y el placentero aroma de la espuma en su rostro, abotargado con la verborrea infinita del hombrecillo, fue tramando el final de éste; no quería testigos de su nueva fisonomía. Ya rasurado, pidió hacer una llamada telefónica urgente. El peluquero, mal pescador debía ser, picó el anzuelo, y le invitó a pasar a la trastienda en donde tenía instalado el aparato. Allí acabó su vida el parlanchín, con la navaja barbera dibujando una media luna de sangre en su garganta. De nuevo al abandonar el lugar, nadie pareció haber oido o visto algo sospechoso. La buena suerte le seguía los pasos, volvió a decirse. 

                        En las inmediaciones de la calle Urbieta encontró lo que buscaba : Un coche corriente de color blanco, con el cierre de las puertas sin echar, y con matricula B, de ciudad grande para pasar desapercibido. Hizo el puente del contacto sin problemas. Enseguida se mezcló con el intenso tráfico de la media tarde, rumbo a la carretera general. La aguja del depósito estaba a la mitad. Con el dinero que le quedaba podría viajar toda la noche. ¿Viajar?, ¿hacia dónde?, se preguntó, ¿en algún sitio, en algún lugar del planeta, alguien le esperaba?. No se contestó, el repentino ulular de las sirenas calle abajo lo sacó de sus pensamientos. Patrullas de policias circulaban velozmente. Las luces azules y rojas de las alarmas se proyectaban en las bocacalles. Algo grave debía estar pasando; quizá, sonrió, alguno de sus cadáveres había sido descubierto.

                          Cuando llegó a la periferia saboreaba la idea del espanto y del pánico que las muertes causarían - si no lo estaban haciendo ya - en el ánimo de la población. Encendió las luces de cruce, bajó el cristal de la ventanilla y puso la radio. La luna se asomaba entera por la izquierda de la marcha. "....el coche , de color blanco ,..." En el primer cruce de carreteras decidió que seguiría la pálida estela del satélite terrestre. "....matrícula Barcelona 0559 AJ.,...". Cuando saliera el astro sol ya vería. "....no ha sido hallado." El locutor de la emisora de radio fue imponiendo su voz sobre sus divagaciones: "Según el comunicado de la banda armada, la bomba..... " Súbitamente entendió lo que sucedía, y frenó en seco. ".....que transporta en el maletero.....". 

                       No llegó a abrir la puerta. El vehículo saltó por los aires en pedazos. Antes de sentir el desgarro en el cuello, vio el fogonazo cegador que soltó la carga al explotar. Después le sobrevino la nada..... Su cuerpo decapitado se consumió ardiendo como una antorcha, tendido sobre la carretera, La cabeza fue a parar al fondo de una acequia enfangada en donde jamás nadie la buscó. Su cadáver nunca pudo ser identificado. Hasta el final tuvo suerte, porque, como él hubiera deseado, el triple crimen quedó sin resolver. 

                                                 ooo THE END ooo 

                                                                                                 JORGE GUERRERO ODRIOZOLA
                                                                                        Taller Literario de Ana Merino y Ane Mayoz                                                                                                        Donosti, 28 de abril de 1996

1 comentario:

Ana Merino dijo...

Qué buen cuento. Cuánta visibilidad y qué bien acabado. Sería interesante que al final apareciera dónde surgió.��