El principio de los Vasos Comunicantes dice algo de que dos recipientes comunicados entre si, parece que alcanzan el mismo nivel de liquido sea cual sea la capacidad de cada uno de ellos. Más o menos eso es lo que Julen había entendido al profesor de física, al tiempo que se distraía viendo como las nubes cruzaban el rectángulo de la ventana del aula, y su mente volaba escocida por un intenso dolor en el alma causado por otro asunto personal que no le había dejado dormir la pasada noche y le impedía tranquilizarse. Si los objetos que le rodeaban fueran seres vivos, con un sistema nervioso como el humano, su pupitre, el asiento, la mochila donde llevaba los libros y las pesadas herramientas del taller de prácticas, la ropa que vestía, las nike, el mp3, el portátil, y en casa la cama, la mesilla, las puertas del armario, ahora mismo estarían soltando alaridos de dolor por las patadas y puñetazos que Julen les había arreado en las últimas horas, cada vez que él recordaba las palabras de Amaia reprochándole la ausencia de cariño con que él la trataba, la forma brusca y ruda de besarle, de amarle. Ella no quería seguir, dijo en la penumbra del dormitorio en donde pasaban la tarde de ese domingo. Sería la última que la pasaba con él. Adiós, dijo ella.
Ha oscurecido. Los compañeros se dirigen hacia el taller de forja cuando él decide que ya esta bien por hoy, que se muera el mundo, los profesores, los vasos comunicantes o cómo se llamen, y las novias que acaban con tres años de noviazgo sin pestañear.