Desde
que salí del hospital he pasado por un difícil proceso de aprendizaje hasta
llegar a ser capaz de valerme por mí mismo, sin necesidad de que alguien cuide
de mí. Ya sé usar la lavadora. Sé barrer hasta el último rincón de mi pequeño
piso. Friego sin que se me escurran los platos de las manos. Plancho mis
camisas todas las semanas (a veces lo dejo de una para otra, pero lo importante
es que nadie, nadie, plancha por mí). Hasta soy capaz de avisar a un fontanero
si un grifo no funciona. O al electricista cuando un enchufe no marcha. El otro
día llamé al de la antena porque no había manera de sintonizar ninguna cadena
desde que han puesto la tedete en
todas partes. Vino y estuve charlando con él como si tal cosa, con naturalidad,
con ese tono que se debe tener cuando uno es un hombre de mundo, acoplado
perfectamente a su entorno, sabiendo en todo momento llevar la conversación con
templanza: Que si no paraba de llover, que si este año la Real las va a pasar moradas
en primera, que qué pena que España haya acabado campeona en el mundial, que si
patatín, que si patatán etc, etc. Y yo, siguiendo cada tema como si supiera o
tuviera opinión, que es de lo que se trata por lo que he podido observar en los
demás. Bla, bla, bla...Vamos, creo que pasé la prueba con nota. Al despedirse
el hombre me dio la mano y me miró con mucha amabilidad.