jueves, 12 de junio de 2008

Un mensaje en la botella


Ahora que tengo tiempo pensaré en la muerte como si fuera la amante más complaciente y desnuda que haya conocido. Lo haré sin mirar atrás, no quiero ver las huellas de mi mismo cuando vivía. Ha llegado de pronto una especie de locomotora llevándose mi futuro por delante. Debo empezar de nuevo, de nuevo a hablar, de nuevo a mirar a los demás bajo unos ojos que se me han cambiado. Dejaré de respirar para sentirme muerto de capirote, que los otros me lloren y pronto se dediquen a otra cosa olvidándome. Hoy no es mi mejor día, los tengo peores. Por ejemplo, hace una semana me quedé como plantado en la orilla de la playa durante horas, de pie, escudriñando el horizonte, a la espera de un barco que no llegó. Luego, las olas de la pleamar me empaparon y me tiraron sobre la arena. Un niño que por allí jugaba al balón, se partía de risa viéndome en ese estado.

martes, 3 de junio de 2008

La vida en un blog

El día que perdí mi empleo, mi vida se paralizó. No llovía, ni las nubes cubrían el techo de mi barrio, sólo fui capaz de presentarme en casa de Julia sin avisar. Nos abrazamos un instante con la ternura cálida de quienes se necesitan. Pero ella esperaba a un cliente que venía de Bilbao para un par de horas. Era un cliente muy especial, de los que piden pero que pagan bien. Así que salí de nuevo, fui a parar al bar que está junto al kiosko. Desde allí podía observar vigilante la entrada del portal. Enseguida llegó el tipo que ella esperaba, lo reconocí porque su fotografía cuelga de una de las paredes del salón. Durante dos horas Julia es su esposa, se viste de ama de casa, si es preciso se coloca un delantal, plancha la ropa, pone la lavadora, cocina si él tiene hambre, le prepara el baño, le trae las zapatillas, y luego se deja hacer el amor en el sofá, o sobre la cama. No es un sexo escabroso, ni humillante, se la tira como un marido fiel, acostumbrado a acariciar en los lugares ya conocidos. A ella le gusta sentirse así, propiedad de un esposo imaginario, que la monta con delicadeza, y que le pide y le da satisfacción con una monotonía segura. "¿Me pasas el periódico, por favor?", era una expresión tan matrimonialmente anodina como decir "Abre las piernas, quiero saborear tu alma en mi boca", petición a la que ella accedía para dejarse llevar al éxtasis. Después o simultáneamente, Julia lo enloquecía empleando sus manos de planchadora, tan sabias y tan audaces como las de cualquier esposa de vecindario. Mientras yo pensaba en estas cosas, me iba tomando mi tercer o cuarto descafeinado, esperando que quedara el campo libre.