Una vez más se
asoma inquieta a la ventana. Es muy tarde, nunca se retrasa tanto.
Nadie viene por el camino que se pierde en el horizonte, allí donde
el brillo violeta del sol casi se ha sumergido. La silueta negra de
la densa chopera se ha disuelto en la noche que ya llega. Nada se
mueve... Nada se oye...
Se sienta en el
alféizar, clava los dientes en el puño cerrado. Contiene la
respiración para poder percibir mejor el rumor de un lejano motor
que se acerque. Desea vislumbrar la tenue luz de los faros de un
coche. Pasan los segundos... Pasan los minutos... Nada...
De pronto estalla
el primer timbrazo del teléfono. De un salto se pone en pie. Le
brota del pecho un violento suspiro. Siente un mal presentimiento. Se
queda tensa. Paralizada. Un muro ha crecido pegado alrededor de su
cuerpo. Le vienen a la cabeza ideas fatales, funestas. Se asfixia. Le
ataca la congoja. La sonora cadencia de los timbrazos del teléfono
no cesa. Se dice a sí misma que no, que no lo va a coger. Se dice
que enseguida asomará por la lejanía el resplandor de las luces de
un vehículo acercándose.
Mientras tanto: el
teléfono suena…, y suena..., y suena…, y suena…, y suena....
---ooo---
Jorge
Guerrero Odriozola
KULTUR
DEALERS Noviembre
2016
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