miércoles, 9 de junio de 2010

Llamadas

Hace una semana Koldo, mi marido, me dejó este mensaje en el contestador de casa, en el fijo para entendernos. Su tono no era triste, ni reflejaba cómo estaba su ánimo, si es que estaba porque hay acciones que ya no precisan de sentimiento alguno, se hacen o se dicen y punto. Decía el mensaje de mi esposo, textual porque aún lo tengo grabado: "Isabel, ahora mismo voy a tomar un tren, camino hacia no sé donde. Me voy. Desaparezco. No quiero seguir contigo, ni con la vida aburrida que llevamos. Lo hemos hablado muchas veces. Es inútil que me llames porque en cuanto termine este mensaje echaré el móvil al Urumea. A los hijos diles lo que mejor te parezca". Colgué para inmediatamente comprobar el estado de nuestra cuenta corriente. Se había apropiado de la mitad del saldo. Debo reconocer que siempre fue un hombre muy ecuánime.

Esta mañana, cuando los niños ya estaban en el colegio, ha sonado el teléfono, esta vez el móvil. El que me regaló por mi cumpleaños, con videocámara y un montón de virguerías más. Por supuesto, era Koldo quien llamaba, desde un móvil parecido al mío. Podía verle y oirle. Me he emocionado un poco, aunque una semana de ausencia para mí es mucho tiempo, enseguida me olvido de los sentimientos y de las personas.
"Isabel, amor mío, estoy muy arrepentido. Deseo regresar, pero no sé si me aceptas, ¿me perdonas?..". Le he dicho que no, que ni le perdonaba, ni deseaba volverle a ver. Que para mi fue una alegría saber que había desaparecido de mi vida "aburri", así "aburri" como dicen ahora los jóvenes. Después le he colgado y me he puesto a otra cosa. Minutos más tarde, cuando pasaba la aspiradora (que del ruido casi no le oigo), ha vuelto a llamarme. Koldo con el brazo estirado se mostraba a la cámara. Sollozaba, tumbado entre las vías de un tren. No muy lejos una locomotora se aproximaba velozmente. "Adiós Isabel, ¡no puedo vivir así!". Por un momento me he quedado absorta, ajena a mi misma, como quien ve algo en el youtube o cosa parecida. Ha sido un momento ya digo, pero suficiente para ver con detalle como la máquina le pasaba por encima, doblándole el cuerpo sobre su tronco y arrastrándole como un muñeco de trapo. Luego, nieve en mi pantalla.

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