jueves, 18 de diciembre de 2008

Escorpión

Comprobar bajos, cerraduras, maletero, asiento, volante... Una rutina estéril: las colocan de manera que es imposible detectarlas. Esta lucha es para profesionales. Hace cinco días que explotó la última, despedazando a Tomás, compañero. Ahora en nuestro bando es un alivio, estamos en lo que llamamos momentos-valle. Cinco días es todavía el tiempo en el que tenemos la certeza de que no habrá, de momento, otra bomba.
Ayer, día-valle, asqueado de esta tensa situación, me evadí de mis contactos y pude ver tranquilo, en un bar de carretera, la final Argentina-Alemania. Regresé muy tarde, no pudiendo aparcar junto al mercado, o cerca del colegio. Son puntos seguros, no existe, creo, descerebrado que haga explosionar un coche en medio de una masa de amas de casa, currantes, niños. Si van a por mí, o a por uno de los míos, tiene que ser un trabajo impoluto, de orfebrería pirotécnica. Ellos lo saben, nosotros también.
Pero..., si para una vez que he bajado la guardia han aprovechado para esconder en mi coche algún artefacto mortal, les va a salir muy caro. Tengo mis métodos.
Al volante, aparcado donde lo dejé anoche, junto a una acera por la que apenas pasa alguien, aguardo a que llegue el momento apropiado. Y éste parece que viene ahora mismo en forma de grupito de tres mujeres que caminan ligeras hacia mi vehículo. Dos de ellas embarazadas. Parlotean felices, ajenas. Siento que mi corazón bombea frenético en mi pecho cuando las tres mujeres llegan a mi altura. Introduzco entonces la llave en el contacto y giro la muñeca. Sólo llego a oir el arranque del motor mientras pienso que, si ellos van a conseguir lo que buscaban, será una masacre, y para su desgracia hoy mismo lo darán en las noticias de la tele.

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